La falta de monetario y la directamente proporcional "necesidad" de adquirir gilipolleces cada vez más caras (me rindo: soy humano) me ha ido llevando últimamente por derroteros que nunca había planeado pisar.
He terminado dando el callo, algún que otro fin de semana, en uno de esos bares de reputación dudosa en que nada es lo que parece hasta que lo miras de cerca y, efectivamente, todo resulta ser lo que parecía ser. Un local donde se unen durante varias horas -como siempre lo han hecho- la cerveza fría y los guerreros del heavy metal, que entonan sus épicos himnos cada vez a mayor volumen cuanto mayor es el volumen de alcohol en su épica panza. Hasta ahí todo es normal. Hasta las ocasionales cucarachas son normales. No pasa nada. Hay muchos lugares así.
.jpg)
Pero todo empieza a torcerse cuando llegas y te enteras de no hay ventilación natural (es un sótano) y de que tras una misteriosa puerta en el excusado existe una vieja fosa séptica ("la cueva del dragón", apropiado, ¿no?) , que hace que al cerrar los ojos, veamos una montaña de pescado abandonado al sol durante días, en una isla atestada de volcanes que eruptan sin parar gases letales traídos desde los pantanosos -y llenos de odio- intestinos del infierno. No pasa nada. Hay litros de ambientador preparados para la batalla.
También es un lugar lleno de misterio. Hay una especie de falso techo junto a la esquina de la barra, cuyas manchas de humedad y goteo constante de líquido dan lugar a las teorías más macabras y nauseabundas que un heavy borracho se pueda imaginar. Y eso puede ser llegar bastante lejos. Todos estamos expectantes, a ver si es verdad que el día en que el techo se derrumbe por fin, se nos cae un cadáver encima. No pasa nada. Uh... no pasa nada.
Después de acostumbrar el estómago a la intriga paranormal -definitivamente, es un bar para Friker-, a cierta hora concreta, los jevis se van a casa (o se retiran a sus aposentos, o lo que sea) y el bar se convierte en un remanso de paz, el ojo de un huracán. Huracán que poco después toma forma de multitud de señores de ya cierta edad, que vienen a preguntarme por todo tipo de personas con motes extraños y todo tipo de sustancias extrañas (pero señor, si ya viene Vd. hecho una piltrafa), mientras la música empieza a cambiar poco a poco, yo me pongo la chaqueta (sí, de cuero, qué pasa), agarro mi salario y huyo despavorido. A mis aposentos, o a donde sea. No pasa nada. Hoy no. Gracias a Dios (o a Thor o quien se tercie) no estoy solo, también hay buena gente por ahí metida, como siempre.
Y esta semana he estado pegando cientos de carteles con el careto de Manu Chao con motivo del lanzamiento (¡¿hace un mes?!) de su nuevo CD... y casi prefiero el bar. Ya me cae bastante gordo de por sí el buen-rollista-proSGAE este, como para verle el careto sonriente 500 veces en dos días.
¡Salud! Y perdón por el rollazo, me dejo llevar... Abrazos.