
Amparada por la curiosa FDI (Federación de Deportes de Inercia), y en un bonito pueblo del occidente asturiano, llamado Seares, se celebra cada año una curiosa competición, a la que tuve el placer de asistir este año: el Descenso Internacional de Seares. Es una prueba valedera para el campeonato de España, porque cuidao, esto no es ningún juego popular. Se celebran descensos en muchos puntos de la geografía española, hasta el punto de que existen verdaderos fanáticos.
¿Y en qué consiste? Bien. La idea es construirse lo que aquí llaman "carrilanas", que son vehículos rodados sin motor ni ningún tipo de mecanismo de aceleración, que deben bajar por un circuito de carretera de un kilómetro y pico, con el único impulso de la gravedad. Con curvas, o sea que tienes que apañarte un sistema de transmisión, no es echar a rodar y ya. Mas los frenos si no quieres matarte, mas la suspensión, mas la aerodinámica... Tiene tela, vaya. Es todo un arte. Y tiene más tela cuando ves que las más veloces llegan a ponerse, en una carretera secundaria, a más de 90 km/h... cuando los coches irán a 40 como mucho. Da miedo verlas bajar. Aunque más miedo da ver bajar minutos después a la ambulancia.
Hay distintas categorías. Incluso hay una que se basa en calzarse unos patines y lanzarse monte abajo a todo lo que dan las piernas. Alucinante. Qué huevos.
Hay auténticos artistas. La carrilana de la foto está hecha íntegramente (dirección, suspensión, hasta el volante) de madera. La vimos aparcada al llegar y dedujimos que era una pieza de exposición. Luego la vimos otra vez. Bajo la tormenta, con el número 113 y quemando el asfalto a toda pastilla. No sé si ganó la carrera, pero se ganó los corazones de los asistentes. Qué gonita, mare.