
Me he mirado y remirado buscándolo, me he retorcido ante los espejos para que ninguna pequeña porción de mi cuerpo estuviera libre de mi mirada inquisidora; he examinado concienzudamente cada poro, cada pliegue de la piel, cada lunar de los brazos, por si era muy pequeño; he intentado verlo en las plantas de los pies y me he hecho fotos de la nuca. Todo inútil. Aún no he encontrado el signo de Caín, que, sin ninguna duda, me ha puesto Dios en alguna parte.
Y a pesar de haberme erigido durante años en adalid de la mala suerte, aún queda gente a la que no le importa, a la que incluso le gusta, tenerme cerca. Gracias, Carmelo, Marta. Gran fin de semana, como siempre. Pero es fácil caer y esperar a que alguien nos coja la mano para levantarnos. Yo no funciono así. No puedo ofrecer mi mano cuando estoy en el suelo porque necesito las dos para incorporarme.
Aquí y ahora, en el lugar idóneo: el más lejano al motor de la razón. Porque efectivamente, a veces hay que darle unas patadas a la vida para que no se nos eche encima.
La gripe fue una falsa alarma, aún así no estuve ayer aquí para ver a Jacobo. Por cierto, Norma, ¿sabes si será él el encargado de los talleres de improvisación invernal en Gijón? Así disiparía mi dilema piano/guitarra...
Besos a todos y mucha suerte con vuestra estrella.