
... tengo un nuevo trabajo. Sólo estaré 15 días, un mes, quién sabe. No más. Pero es suficiente para dejar la espalda hecha un cromo. Además, siempre con el cuento de dejar de fumar cada poco, esta vez he caído en la cueva del dragón: el almacén de tabaco que suministra a Galicia, Asturias y León. Hay MUCHO tabaco.
Es un trabajo de lo más... enfermizo. Preparar promociones para que la gente enganchada se sienta un poquitín mejor al recibir, por ejemplo, un mechero de regalo por cada dos paquetes de cigarrillos. Qué irónicamente majete es Philip Morris, que se preocupa por nuestro bienestar regalándonos accesorios que nos ayuden a autodestruirnos. Y durante 7 horas con sus noches (?), sin variar los movimientos, las manos terminan por convertirse en apéndices de la gran máquina capitalista de las tabaqueras. Uno mismo se transforma en máquina. Yo, personalmente, ya no soy Cecil. En cuanto traspaso la puerta, soy 033042. Para los demandantes de promociones, me llamo 12855. Ni siquiera "12", como diminutivo cariñoso. El resto de trabajadores mueve los dedos a ritmo de samba, sumergidos en una competición a vida o muerte, a ver quién curra más rápido, para ser requerido de nuevo dentro de 6 meses, de nuevo para dejarse los nervios y los riñones entre cartones de rubio. Yo, por mi parte, 12855, soy como un 286 en una sala llena de Macintosh. Voy a mi ritmo, cercano al vals. Y aún así, en los primeros tres días pasaron por mis manos 5.346 cartones de tabaco. Uséase, 1.069.200 cigarrillos. Ya no echo cuentas.
Besos, y trabajen poco, o al menos a gusto.